Hacía tiempo que teníamos ganas de conocer el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido por lo que, este verano, una parte de nuestras vacaciones la hemos dedicado a cumplir ese deseo.

Viajamos con peques, así que nuestra mente está programada para la flexibilidad y no generar demasiadas expectativas, con el fin de evitar posibles frustraciones…

Hemos podido visitar una parte de este mágico paraje realizando pequeñas rutas de senderismo e itinerarios en algunas localidades apoyándonos en la información que en las oficinas de turismo nos brindaban muy amablemente. Nos hemos sentido muy bien acogidos en la provincia de Huesca.

Nos alojamos en uno de los pueblos más bonitos de España (o al menos así ha sido reconocido por su encanto): Aínsa. De su centro histórico medieval (catalogado como Conjunto Histórico-Artístico) destacan la iglesia románica de Santa María y los restos del castillo en el que se estaba celebrando su Festival Internacional de Música. En la torre del homenaje se alberga el Ecomuseo de la Fauna Pirenaica. Era un deleite tomar algo en las terrazas de la explanada de acceso a la fortificación, desde las que se podía disfrutar la panorámica de este pueblo tan mágico y de su característica Peña Montañesa y la unión de los ríos Ara y Cinca. El parque infantil y los puestos de artesanía ensalzaban este ambiente familiar y acogedor.

El día que visitamos el Cañón de Añisclo nos vimos inmersos en una sorpresa continua. El acceso en coche desde la población de Escalona hasta el aparcamiento de San Úrbez (para de ahí comenzar el sendero circular del Puente del río Bellós y el río Aso) nos iba provocando sentimientos muy diversos, un asombro que en ocasiones resultaba maravilloso y en otras nos atemorizaba. Las curvas y estrechez de la carretera nos mantenía atentos ante la inmensidad del desfiladero de las Cambras. Durante el sendero, los miradores y puentes nos incitaban a fotografiar cada rincón. La Ermita de San Úrbez era uno de los que más encandilaban.

Otra jornada la dedicamos a la villa de Bielsa, su Parador y la cascada del Cinca. Durante la mañana visitamos la población de 300 habitantes, muy enfocada a la actividad turística, en la que destacan los edificios del ayuntamiento e Iglesia de la Asunción, ambos del siglo XVI y el puente de Sorripas.

A unos 13 km zigzagueando por la carretera HU-V-6402 se llega al Valle de Pineta, en el que se puede visitar la ermita de Nuestra Señora de Pineta, y desde esta comenzar el camino ecológico de La Larri. La ermita a priori parecía cerrada, pero un cartel en la puerta nos invitaba a utilizar el cerrojo para adentrarnos en ella. Fue muy curioso; era sobrecogedora y a la vez transmitía una paz infinita.

Ese día decidimos disfrutar de la cocina de Paradores, que siempre apuesta por la materia prima de proximidad y temporada, poniendo en valor los productos locales. Algunos platos que degustamos fueron la berenjena rellena de boloñesa de ternasco y setas del Pirineo, el arroz meloso de cordero de Sobrarbe y boletus edulis y Trucha del Cinca con fritada “belsetana”, acompañados de un vino de Somontano. Todo delicioso.

Aprovechando que la tarde era poco calurosa y las nubes nos protegían del caluroso sol veraniego, iniciamos una ruta para conocer parte del Valle de Pineta y ver más de cerca las Cascadas del río Cinca. En la oficina de información del Valle de Pineta nos indicaron el itinerario más asequible para hacer con peques y se adecuaba mejor a nuestra disponibilidad horaria. Una ruta circular de hora y media que nos cautivó.

Otra ruta que nos aconsejaron visitar fue la de las Ermitas de Tella. La carretera hasta alcanzar los 1320 metros de altura de este municipio es bastante sinuosa. De camino nos encontramos con otra ruta que nos interesó; la de los Dólmenes. Nada más aparcar en una zona junto a la carretera, se veía cercano el Dolmen de Tella, muy bien conservado.

Si continúas el sendero marcado, puedes adentrarte en la montaña para conocer el resto, cuya conservación, desafortunadamente, ya no es óptima. Fue muy agradable el paseo, nos acompañaron dos perros que se encontraban al inicio del itinerario. Se notaba que eran de allí y actuaban como guías para los visitantes. De hecho, en Tella volvimos a verles en la Casa del molino (centro de visitantes) cuando pensábamos emprender la ruta de las ermitas.

En esta localidad se encuentra también el museo del oso cavernario, en el que nos dijeron que era posible acceder a la cueva del oso para descubrir cómo vivió esta especie desaparecida hace 9.000 años en el Pirineo aragonés, pero ese día ya no quedaban entradas, así que nos quedó pendiente. Lo que sí que hicimos fue comer en la terraza del restaurante que hay entre el centro interpretativo y el parking del pueblo. Un lugar idóneo para deleitarte con ricos platos aragoneses mientras contemplas la panorámica montañosa con las casas de piedra y las curiosas chimeneas troncocónicas, también conocidas como “Espantabruxas”.

Durante la comida el clima cambió y los relámpagos aceleraron nuestra vuelta para evitar descender la serpenteante carretera con lluvia. Ese momento también tuvo su magia. El aroma de la montaña previo a la tormenta, es maravilloso.

Ocio, descanso, naturaleza, cultura, gastronomía, en definitiva: un viaje inolvidable.

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