Tierra alfarera
Los habitantes de Agost, una pequeña localidad a 18 kilómetros al noroeste de Alicante, son agostenses, aunque entre ellos se hacen llamar agosteras o agosteros; casi 5.000 personas, que disfrutan de este bello y tranquilo pueblo coronado con la magnífica cúpula de cerámica azul de su iglesia.
Las raíces históricas, al igual que el topónimo del pueblo, es algo incierto ya que la documentación escrita sobre el tema se ha perdido en gran parte a lo largo de la historia. Su nombre podría tener su raíz en vestigios arqueológicos pero también, y jugando con la historia, podemos echar mano de las distintas teorías que hay sobre la materia. Por ejemplo, que el nombre de Agost se debe a los moriscos que ahí vivían y que decían que los cristianos se referían realmente al mismo Agosto ya que la cosecha en la zona estaba siempre asegurada en cantidad y calidad. Otros opinan que su nombre originario era Augustos haciendo así referencia a las raíces romanas de la localidad aunque no hay registros fehacientes sobre esta teoría. Lo que parece estar claro es que hay una relación con otros nombres similares como Agós, en Navarra o Agostán en Zaragoza. En cualquier caso, el primer registro escrito con el nombre actual data de 1252 y se encuentran en Los Privilegios de Alfonso X de Castilla a Alicante.
Estamos a punto de iniciar un paseo por Agost pero antes hay que tomar fuerzas con un almuerzo que nos han preparado en el Museo de Alfarería, que es el centro neurálgico de la localidad, cuya actividad se ha centrado desde hace siglos en el trabajo artesanal con el barro. Nos reciben Toñi López, técnica de desarrollo local, turismo y cultura y Jesús Peidro, responsable del museo y gran conocedor de la historia de la alfarería de Agost.
Ya nos avisan de que tenemos que coger energía para seguir la Ruta de la Alfarería de Agost, un oficio artesanal que a pesar de los siglos transcurridos no se ha perdido en el pueblo. Afortunadamente. Pero antes a lo que vamos, el almuerzo. Lo más típico, la coca de aceite sin olvidar por supuesto los dulces.
Volver al pasado no es siempre fácil pero las calles de Agost nos recuerdan que aquí se vivía hace siglos sobre todo de la alfarería. Los primeros alfareros se asentaron en el pueblo a finales del siglo XIII y en la actualidad hay familias alfareras que llevan en el oficio desde el siglo XVIII. Las raíces de la alfarería están escritas en las calles de la localidad, así lo indican las propias placas con su nombre que son de ese barro, un barro por el que nunca pasan los años.
Aunar a un grupo de más de veinte personas no es fácil. Menos mal que Jesús, el director del Museo, es un experto en la materia. Nos agrupa sin más para que le sigamos en la historia de la tradición alfarera de Agost. Iniciada la ruta se nos suma al vuelo el alcalde del pueblo, Juan José Castelló Molina, que muestra todo su interés por los relatos turísticos de la provincia. Pero vamos al lío. La primera parada es el Carrier de les Canterieries, Ermita de Santa Justa y San Rufina, patronas de los alfareros, santas que además se repiten en todos los pueblos y ciudades de España donde la tradición alfarera es un hecho.
Hay mil cosas que podemos contar en la larga historia del duro trabajo de los alfareros de Agost, pero tal vez, viviendo en el siglo XX!, conviene destacar su primer conflicto laboral que data de 1824, año en el que se opusieron al nuevo impuesto que les obligaba a pagar, ya no por taller, si no por cada uno de los tornos en los talleres. Final feliz, porque ganaron y así lo suscriben algunos nombres como Pedro Román, José Mollá, Juan Igorra o Sebastian Casa, Fundadores de Santa Justa y Rufina.
Seguimos la ruta que nos lleva a un callejón por el que pasaban los carros llenos de leña para los hornos y de mujeres cargados con cántaros para cargar en los carros. Todos dejaron en este callejón sus huellas, la leña raspando los muros de las casas y las mujeres anotando el número de cántaros o botijos que iban cargando. Es la historia escrita aún hoy en día en los muros de antiguas alfarerías que afortunadamente no se han llegado a demoler y que ahora han sido adquiridas por el ayuntamiento. La idea es todo un proyecto de futuro, porque no se trata sólo de salvaguardar la historia sino de convertir esa historia en un oficio para los jóvenes y así no perder la tradición y la artesanía. En resumidas cuentas, crear una escuela de alfarería para que lo natural (el barro) prevalezca sobre lo artificial (el plástico).
La última parada es El Centro de Interpretación de la Ermita con vistas insuperables porque ahí, casi a nuestros pies, está el mar. Dicen que Agost está en segunda línea de playa, y es verdad. La Ermita es un compendio de la historia de Agost, donde se encontraron a finales del siglo XIX dos esfinges íberas que supuestamente formaban parte de un enterramiento. La historia es incierta y ahora los originales de las esfinges se encuentran en Madrid y París.
Y de la antigüedad a la modernidad ¿a quién no le gusta un buen botijo? Puede parecer algo de los abuelos, o bisabuelos incluso, pero no hay ningún otro objeto que mantenga el agua tan fresca y clara como el botijo de toda la vida. Pero hay que destacar que la de Agost es especial, es única por la propiedades de la arcilla y naturalmente también por el trabajo de sus alfareros. La arcilla se encuentra en las canteras de los alrededores, es blanca y muy porosa, y los alfareros le añaden sal, lo que hace que la pieza sude y a través de un proceso de termodinámica el interior de la pieza siempre esté frío.
Pero la alfarería de Agost ha evolucionado y en la actualidad el trabajo del artesano busca una relación con la actualidad sin perder su esencia. Emilio, Boix, La Navà, Roque Martinez y Severino Boix, todos ellos exponentes de la alfarería actual de Agost dan fe de ello. En sus talleres, las manos del alfarero crean arte, o lo que es lo mismo, se convierten en arte. Y como experiencia los visitantes también pueden apuntarse y aprender, a sentir un poco de pasión por la creación para que este oficio nunca se pierda. Porque la alfarería, como dicen en Agost, es un tesoro que hay que proteger.
Fue la etnóloga alemana Ilse Schütz quien decidió, gracias a donaciones de los vecinos, convertir la antigua fábrica de alfarería de principios del siglo XX en un museo. Una fábrica que había estado funcionando hasta 1975, cuando todavía había 25 talleres alfareros en la localidad. El Museo se creó en 1981 y en el año 2000 su gestión pasó al ayuntamiento, que rehabilitó el edificio e impulsó su colección. No cabe duda de que en la actualidad el Museu de Cantereria de Agost es un gran tesoro, ya que muestra al visitante el desarrollo de la alfarería y muchas de sus técnicas.
En el museo hemos podido disfrutar de lo que se hizo, de cómo se hizo y de lo que se pretende hacer. También, gracias a los responsable de la organización de esta visita hemos podido tocar y trabajar el barro. Ser aprendices de alfareros por un instante y comprender así todo el trabajo y sabiduría que conlleva la elaboración de algo que parece tan sencillo como un botijo. Hemos visitado Agost un nutrido grupo de periodistas y escritores de turismo, siendo esta última una palabra que abarca muchos temas diferentes como cultura, deporte, arte, artesanía, también sol y playa, naturalmente, y cómo no, la gastronomía.
Dicen que comer en Agost es todo un placer para los sentidos y buena fe de ello lo ha dado el almuerzo de bienvenida con el que nos han agasajado las autoridades del pueblo. La gastronomía de la zona se basa en los productos del campo. Agost fue desde siempre una zona agrícola en la que los labradores mimaban la tierra con el fin de que diera esa cosecha “asegurada en calidad y cantidad”, que decían los moriscos. Porque la cantidad no quita la calidad, son términos perfectamente compatibles de la misma forma que podemos aunar tradición con modernidad.
Así que en la cocina de Agost encontramos los productos del campo de toda la vida con ese toque de actualidad que muchas veces exigen los comensales. Pero eso no es importante. Lo que agrada al paladar es el gazpacho con ñora, el arroz con caracoles, las migas, borreta de bacalao, cocas de sardina y de cebolla, entre otros muchos platos que han ido evolucionando con el paso de los siglos. Eso sin olvidar la uva de mesa, con su denominación de origen propio del Vinalopó.
Gracias, Agost, por una jornada alfarera y gastronómica inolvidable.
Consulta aquí las actividades que puedes realizar, incluyendo talleres con barro:
https://www.turismodeagost.com/museo-de-la-alfareria/actividades/
Y también puedes visitar a un alfarero local y vivir una experiencia:
https://www.turismodeagost.com/artesania/
Texto: Elisabeth Norell. Fotos: Elisabeth Norell, Rafael Calvete, Alison Lorente, Turismo de Agost
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