De todos es sabido que Noruega es el país más occidental de la península escandinava, habiendo logrado su unificación bajo el reinado de Olav II Haraldsson, entre los años 1016 a 1030 d.C. Desde hace tiempo es uno de los lugares más visitados y apacibles de Escandinavia, con enormes brazos de mar, más conocidos como fiordos, que se adentran hacia el interior de sus tierras ofreciendo una grandiosidad única.
Pero el viajero que busca en este país, o más bien, en el noroeste de este país, la grandiosidad de esa naturaleza medio salvaje, como es el caso de sus fiordos –entre los que destaca el Sognefjord, con más de 200 kilómetros de longitud, y que llega hasta las montañas de Juttenheimen (El Hogar de los Gigantes), busca también otros alicientes que le deleite cuando se encuentre visitando este hermoso país.
Tanto estos fiordos citados, que van desde la costa del océano Atlántico hasta los pequeños pueblos de Songdal o Luster, ya metidos en el interior del país, como su rica gastronomía, podrían ser dos de los principales protagonistas de este artículo.
Quien visita por primera vez Noruega, en seguida deduce que no sólo aquí hay agua, sino que además proliferan las granjas pintadas de vivos colores que se agrupan formando pueblos, cada uno con su iglesia de elevada torre -destacando la de Urnes, una vieja edificación de madera con aire vikingo que data del año 1150. Y, aunque el trayecto preferido por muchos que se aventuran a conocer esta “Tierra de los Trolls” es el que discurre por algunos de los fiordos del suroeste, diré que existen muchos otros en diferentes lugares, por lo que estoy seguro que van a disfrutar de lo lindo.
Sin embargo, también habría que visitar la ciudad de Oslo, situada a 58º de Latitud N, pues es muy recomendada para los amantes del mar y la historia de la navegación, ya que ahí se encuentran varios museos relacionados con la navegación de antaño, como es el caso del Museo Fram (Frammuseet), donde se podrán ver varios de los más famosos barcos que forman parte de la historia de este país. Aquí encontraremos algunas embarcaciones vikingas, como es el caso de las naves Oseberg, Gokstad y Tune, que fueron halladas junto con sus dueños enterrados en su último viaje hacia el reino de los muertos. Pero además de esto, también se encuentran el barco polar Fram, aquel en el que viajara el explorador Amundsen a principios del siglo XX para conquistar el Polo Sur, en 1911; y las famosas balsas Kon-Tiki y Ra II, que pilotara el aventurero noruego Thor Heyendal allá por los años cincuenta del pasado siglo XX.
Volviendo a los fiordos, decir que entre glaciares inmensos y montañas nevadas, corren los torrentes hacia las plácidas vías fluviales para, seguidamente, introducirse en ríos, lagos y bosques, con el propósito de formar parte de su belleza natural. Porque, hoy por hoy, los fiordos son más conocidos por su impresionante situación que por otra cosa, aunque existe algo que ha contribuido a hacerlos tan especiales: la gente que desde siempre ha seguido viviendo junto a ellos, y más concretamente la ciudad de Bergen, capital de estas maravillas de la naturaleza. Una ciudad que tiene cerca de 250.000 habitantes y 900 años de historia, aunque también es famosa por su ambiente y vida ciudadana, en donde se han mezclado sabiamente lo antiguo con lo moderno.
Esta hermosa urbe, enclavada entre siete montañas y con el mar como vecino, cuenta con uno de los barrios portuarios más espectaculares y bellos del mundo, conocido con el nombre de Bryggen. Desde hace tiempo ya forma parte del Patrimonio de la UNESCO, y en él se muestra una de las principales tradiciones arquitectónicas del pueblo nórdico. En su orilla opuesta se halla el barrio de Nordness, donde se alzan casas de los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, conviene alejarse del centro de la ciudad y llegar hasta lo alto del monte Ulriken, a 600 metros de altitud, para poder contemplar una de las vistas más completas de esta ciudad. Muy cerca de allí, en su casco antiguo, se pueden apreciar algunas calles adoquinadas con viejos edificios de madera repletas de tiendas y restaurantes.
En la misma costa, aunque bastante más al norte, se encuentra Tromso, la última ciudad del Ártico, pasado ya el famoso Círculo Polar de los 66º de latitud Norte. No cabe duda que Tromso es una ciudad polar. Es una hermosa bahía de agua fría, color acero, reflejo de un cielo escondido, observada por dos márgenes de casas de madera y un fondo nevado de tundra negra. Lo que no es blanco, es negro. Sólo el cielo y el agua tienen un color transeúnte, agrisado y metálico. En verano, el Sol de Medianoche hace ya su curva sin ocultarse y los días son como atardeceres negros de hielo. Es la ciudad a la que tiempo atrás acudieron los grandes exploradores. Aquí, en su tranquilo puerto se encuentra el Museo Polar que es único en su género, en donde podremos disfrutar de un recorrido histórico por la navegación ártica y las exploraciones polares que tuvieron en esta ciudad una de sus bases predilectas hacia el mítico Polo Norte. El museo también dedica buena parte de sus salas a la figura de Roald Amundsen, el explorador noruego que antes de morir conquistaba el Polo Sur.
Tromso cuenta también con un museo de investigación sobre el pueblo lapón y su cultura, y hay un instituto para el estudio de la aurora boreal (Aurora borealis). Y, por si todo lo comentado anteriormente fuera poco, diré que en 1944 el acorazado alemán «Tirpitz» fue hundido por aviones ingleses muy cerca de esta ciudad.
Pero Tromso es además el más grande centro pesquero del país, especialmente para el arenque y bacalao, y el puerto abastecedor para las grandes expediciones y el comercio en esta parte del Ártico. Por ello, nada mejor que centrarnos en esta ocasión en la gastronomía que tenga que ver con algunos productos del mar, como es el cangrejo rojo Real, el bacalao fresco noruego y el salmón noruego.