
Si un turista, bien sea español o extranjero, piensa que España ya no puede llegar a sorprender es que todavía no ha husmeado lo suficiente en cada uno de los rincones del país.
Por ejemplo: Cuenta la leyenda que en un barranco muy próximo al paraje de la Algameca Chica, en Cartagena, vivía una mujer con poderes mágicos. Era una bruja, pero no de las malvadas, más bien una pitonisa o sanadora que se dedicaba a devolverle la vista a los ciegos, los andares a los cojos o el amor a los corazones rotos. Sus poderes eran tan grandes e importantes que de ella se hablaba más allá de los Pirineos.
Pero me aventuro a decir que no fueron solo sus dotes curativas las que la dieron fama, sino también su belleza. Desde luego esto es pura especulación pero la misma historia cuenta que a mediados del siglo XIX llegó a la casa de la mujer un apuesto navegante inglés con el corazón hecho añicos. Tras conocerla regresó a su país para luego volver al cabo de un año. ¿Por qué había regresado el apuesto navegante? Esa fue la pregunta que se hicieron los oriundos. El apuesto navegante había regresado para desposarse con la mujer que fue capaz de recomponer su corazón y llenarlo de nuevo con amor. Decían de esta “bruja” que tan grande era su poder que cuando se proponía algo nunca fallaba.

Es la “Leyenda de Amalia”, la mujer que vivía en una choza en el “Barranco de Amalia” y que hoy recordamos gracias al “Arco de Amalia”.
Estamos en el paraje de la Algameca Chica, en las afueras de Cartagena, un barranco que linda hacia el sur con el puerto de la ciudad y que vivió su principal desarrollo con motivo del inicio de la construcción del Arsenal en 1731. Para la obra había que desviar las aguas procedentes del norte y oeste que desembocaban directamente en el Mar de Mandarache y esto se hizo a través de la rambla de Benipila de tal forma que desembocaban en el canal de la Algameca Chica donde ya por aquel entonces había un pequeño poblado con residentes fijos.

En la actualidad este asentamiento, conocido también como la pequeña Shanghai, se encuentra legalmente en “el limbo” ya que las construcciones, donde residen personas todo el año aunque principalmente en los meses de verano, no son legales pero tampoco ilegales. Llevan ahí desde tiempos remotos y lo importante a la hora de valorar un lugar, es su historia y la de la Algameca Chica se remonta siglos atrás. Eso lo demuestra la “Leyenda de Amalia” porque a pesar de no tener ninguna prueba histórica que la corrobore, su mera existencia indica que hace siglos vivía en la zona personas que contaban sus historias.

En la actualidad Algameca Chica es un pequeño pueblo marinero de algo más de cien habitantes que busca su identidad como Bien de Interés Cultural. Las casas están en su mayoría construidas con materiales reciclados y muestran una imagen romántica entre lo “hippie” y lo “naif”. Algunos de sus habitantes se dedican a la artesanía, creando obras con materiales de la naturaleza y la idea es convertir el pueblo en un centro que vive con y para el medio ambiente.

Para comprender el valor de la zona hay que echar la vista atrás y destacar algunos puntos de su desarrollo histórico. La Algameca Chica ha estado habitada ininterrumpidamente desde el siglo XVIII hasta la actualidad y su crecimiento e importancia ha estado muy condicionada por el uso de la zona desde el punto de vista militar ya que el paraje constituía un punto estratégico para la defensa de Cartagena. Así la batería de Algameca Chica que data de comienzos del siglo XVIII estaba formada por seis cañones. La zona tampoco escapó a la fiebre minera de mediados del siglo XIX siendo el hierro y el cobre los metales más buscados. También podemos destacar el desarrollo industrial de este lugar con la construcción del Matadero Municipal a finales del XIX, obra realizada por el arquitecto Tomás Rico Valarino, que diseñó un edificio moderno que destacó ya entonces por su gran funcionalidad. De hecho, el Matadero estuvo en funcionamiento hasta mediados del siglo XX, cuando los terrenos pasaron a formar parte de la Infantería de la Marina.


Sin embargo, la época de esplendor del poblado se centra en el siglo XX, cuando los habitantes de Cartagena son atraídos por las aguas cristalinas del canal. Algameca Chica se convierte así en un pueblo de bañistas y veraneantes que fueron construyendo pequeñas barracas para pasar la noche o disfrutar de la intimidad a la hora de ponerse el bañador. Pero la costumbre de acercarse a estas costas del Mediterráneo para refrescarse en verano ya existía dos siglos atrás y lo podemos comprobar en un Auto del Gobernador Político y Militar de Cartagena, datado en 1791, que regulaba la forma de bañarse indicando el lugar para las mujeres, el de los hombres y también del ganado. Además, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se incrementó en España el gusto por “ir a tomar las aguas”, ya fueran curativas o no, surgió un proyecto de crear en Algameca Chica un Balneario presentado por un vecino de la zona, José Rosso, que recibió luz verde por parte de la administración de la época. La idea, sin embargo, no se llevó a cabo y la Algameca Chica perdió la oportunidad de crecer económica y turísticamente.


Ahora mismo Algameca Chica es un poblado de futuro incierto que busca abrirse camino con el turismo de la zona, sin renunciar a su carácter bohemio y al desarrollo sostenible con la naturaleza.

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