Primera parte: GEEL, DE LA LEYENDA MEDIEVAL A UNA INSÓLITA TRADICIÓN
Bélgica es un país peculiar, en él conviven la tradición más enraizada con una modernidad singular. Mi primera visita fue hace ya algunos años y aunque en este último viaje he podido apreciar que lógicamente han cambiado muchas cosas, la esencia del país permanece intacta. Entre las principales diferencias, he encontrado un país mucho más multirracial, más vanguardista, en el que los habitantes disfrutan más del entorno rural que de las grandes ciudades, que han quedado como lugares de trabajo y comercio principalmente.
En esta primera parte, os voy a hablar de una pequeña ciudad llamada Geel, situada en la zona flamenca del país, donde una antigua leyenda medieval, ha llegado hasta nuestros días en forma de un sistema único de integración de enfermos mentales en familias locales. ¿Curioso verdad? Os cuento:

Geel, con una población de unos 40.000 habitantes, pertenece a la provincia de Amberes, apenas a una hora de la capital, Bruselas. El camino desde el aeropuerto, una vez que abandonas la autovía, se adentra en un paisaje de pequeños bosques, interrumpidos por pueblecitos muy ordenados, con casas donde la modernidad y la tradición han sabido encontrar un punto de unión perfecto para armonizar con la naturaleza. Una naturaleza que lo invade todo como consecuencia de su clima húmedo y caprichoso.
Al llegar, descubres una pequeña ciudad con un diseño tradicional centroeuropeo: La plaza es la arteria principal y de ella parten en plano radial las calles comerciales y de principales servicios. Sus habitantes viven por regla general en el extrarradio, en casas a las que han ido incorporando grandes ventanales de cristal para aprovechar al máximo la luz del sol, pues en esta zona los días luminosos continúan siendo escasos a pesar del cambio climático.

En los colegios y centros de trabajo de la zona, todo el mundo se desplaza en modernas bicicletas con prácticos complementos para transportar tanto a los niños como todo aquello que necesiten, así que por las calles se entremezclan los jóvenes a toda velocidad, con el ritmo pausado de los mayores .

La plaza como ya os he contado, es el punto neurálgico de la localidad, allí podréis encontrar restaurantes bastante buenos como De Post , Gio’s & Tavoli , o la Brasserie Flore , todos ellos con terrazas acristaladas para que los habitantes de Geel puedan disfrutarlos incluso en invierno. Allí podrás encontrar una gastronomía de vanguardia en perfecto maridaje con los platos tradicionales belgas, así como una cuidada cocina internacional con exquisitas presentaciones. También han surgido últimamente varios locales de degustación de vinos como el Allora que combinan a la perfección las copas acompañadas de pequeños platos que, ligeramente, nos recuerdan a nuestras tapas y desafían a las típicas cervecerías belgas. No puede faltar la chocolatería “por excelencia” en Bélgica Leónidas .También puedes perderte por las serpenteantes callecitas próximas al ayuntamiento donde podrás descubrir algunos peculiares locales bohemios, en los que los brotes y verduras son los reyes y en los que parece que las hadas van a hacer su aparición de un momento a otro como en el kolorkaffee . Toda una experiencia sensorial para compartir con los lugareños habituales de estos establecimientos.




Los sábados son día de mercado y en la plaza y aledaños, se instalan desde bien temprano un batiburrillo de tenderetes en los que muchos vecinos de la zona venden todo tipo de objetos de segunda mano en los que aún es posible encontrar algún que otro tesoro escondido entre mil vetustas piezas.

Pero vamos a lo que más sorprende de este lugar. Cuenta la leyenda (Transmitida oralmente desde el siglo XIII) que, en un pequeño reino de Irlanda, un rey pagano tuvo una hija con su esposa cristiana. Ésta la bautizó en secreto gracias a la ayuda de un sacerdote amigo llamado Gerebernus. Cuando la princesa Dymphna tenía catorce años, su madre falleció y su padre enloqueció, enamorándose perdidamente de su hija por el gran parecido físico con su mujer. Dymphna huyó de su país acompañada del padre Gerebernus y a través del puerto de Amberes, llegaron a la localidad de Geel. Los soldados de su padre la localizaron porque ella había pagado con monedas irlandesas que la delataron, así que el Rey se desplazó hasta allí donde asesinó tanto al religioso como a su hija, convirtiéndolos de este modo en mártires. Desde ese momento, sus sepulturas se convirtieron en lugar de peregrinación y Dymphna fue venerada como una Santa contra las enfermedades mentales.




Se erigió una iglesia en su memoria y en la actualidad también se puede visitar el Museo Gasthuismuseum albergado en un antiguo convento y hospicio del siglo XVII.




En la actualidad, se sigue practicando una tradición tan peculiar como caritativa. Todo comenzó en el siglo XIV, cuando se construyó la iglesia dedicada a la patrona de Geel. Con la llegada de los primeros peregrinos para visitar el sepulcro de la princesa Dymphna, poco a poco, este lugar de culto se convirtió en un símbolo para los enfermos mentales, pues para ellos, la noble irlandesa había vencido al “diablo que se había apoderado de la mente de su padre”. Empezaron dejando que estos visitantes se quedaran nueve días en la iglesia y después se les comenzó a alojar en las granjas de la zona, lo que fue, casi sin darse cuenta, en el nacimiento de un sistema terapéutico pionero, que se ha clonado en varios países, en el que los pacientes se integran en la familia que les acoge como a un miembro más.




A mediados del siglo pasado llegaron a alcanzar los cuatro mil pacientes integrados en esta comunidad, lo que suponía un 20% de la población. Hoy en día son unos 120 entre hombres y mujeres. El Estado paga a las familias de acogida unos 25 euros al día por cada uno de ellos. El número de pacientes está limitado a tres por hogar y se han establecido normas para que las herencias no sean una causa interesada. El altruismo y la generosidad son las principales motivaciones para los habitantes de Geel que deciden acogerse a este programa.
El destacado neurólogo Oliver Sacks, defendió la premisa de que “la respuesta es aceptar la enfermedad mental como una particularidad individual y no como una discapacidad estigmatizante.” En su visita a Geel el doctor Sacks comentó: “Geel es la prueba de que “incluso quienes podrían parecer enfermos incurables tienen la posibilidad de vivir una vida plena y digna, con amor y seguridad”.
Yo por mi parte os puedo decir que, en mi recorrido por el conjunto formado por la Iglesia, el Museo y el hospital, sentí una sensación de paz tanto por la belleza del conjunto, de su calidad artística y cultural, como por el entusiasmo con el que tanto el director del museo como sus veteranos “guías voluntarios” te explican con orgullo su historia y la gran labor terapéutica que allí se realiza.

Curiosamente, también nos relataron cómo unos presos de los Nazis que esperaban en Geel la llegada del tren que les iba a conducir a uno de los campos de exterminio, se salvaron porque “milagrosamente” ese tren no llegó nunca a por ellos por un extraño accidente, lo cual en esta población está considerado como “un hecho extraordinario” sin explicación lógica, lo que incrementa el halo de misterio que lo envuelve…

Lo último que se está desarrollando en la ciudad es un “arte callejero” en el que esculturas y pinturas aparecen por sorpresa en cualquier rincón y que ha dado paso a un recorrido turístico para descubrir estas sorprendentes muestras de arte contemporáneo.


Al llegar el momento de la despedida, nos embarga la sensación de que Geel es un sitio muy especial, que ha superado nuestras expectativas, pues hemos encontrado arte, gastronomía, diseño, vanguardia y sobre todo mucha, mucha humanidad que transmiten al visitante en todo momento.

En el siguiente capítulo, os llevo de paseo por Bruselas y Amberes. ¡No te lo pierdas!
Fotografías Macarena Llopis
