
Hace unos días volví a recorrer un lugar que guarda una parte muy especial de la identidad marinera de mi pueblo de acogida: el Acuario Municipal de Santa Pola. No era la primera vez que entraba (ni será la última), pero confieso que en cada visita descubro algo nuevo. Quizá sea la luz que atraviesa los tanques, el movimiento pausado de los peces o el eco de las voces de los niños sorprendidos. Lo cierto es que el acuario tiene un poder único: el de hacerme sentir bajo el mar sin necesidad de mojarme, ¿un vestigio de la evolución?
Entre la historia y la memoria colectiva
El Acuario abrió sus puertas en 1983 en el emblemático Castillo-Fortaleza, fue uno de los primeros espacios dedicados a la divulgación marina en la región y supuso la creación de un laboratorio, sala de cuarentena y diversas dependencias pensadas para el estudio y conservación de fauna autóctona, desde entonces se ha convertido en un símbolo cultural y educativo. De hecho, es considerado el acuario de agua salada más antiguo de la Comunidad Valenciana.
Hace casi cuatro décadas, su traslado a un nuevo edificio frente al Ayuntamiento en la plaza de Fernandez Ordoñez, amplió sus posibilidades. Ahora ocupa una superficie construida cercana a 707 m², de los cuales 9 grandes acuarios suman unos 180 m² dedicados a la exhibición de especies marinas del Mediterráneo. En su origen estuvo vinculado al Museo del Mar, del que aún hoy sigue siendo una sede externa.
Siempre me ha llamado la atención el acierto de esta iniciativa y que naciera en una localidad como la nuestra, con fuerte tradición marinera, como una forma de unir la vida cotidiana del puerto y la pesca con la divulgación científica y el respeto al medio ambiente.

Paseando entre tanques de agua marina: un Mediterráneo a escala
Al entrar, uno se encuentra con un espacio de más de 700 metros cuadrados, con nueve grandes tanques que albergan más de 200 metros cúbicos de agua marina. Los datos son impresionantes, pero lo que realmente me atrapó y me hace repetir fue la experiencia. Cada acuario reproduce con fidelidad los fondos marinos de nuestro litoral. Allí conviven morenas, meros, pulpos, doradas, crustáceos y anémonas.
Recuerdo quedarme un buen rato frente al tanque central, de más de cinco metros de largo. No podía apartar la vista del movimiento majestuoso de los peces, estrellas de mar y anémonas, como si bailaran en silencio. En ese instante comprendí que este acuario no solo muestra animales: ofrece un pedazo del Mediterráneo que, de otra forma, sería invisible para la mayoría de nosotros.

Curiosidades que me sorprendieron
Conversando con el antiguo director provisional del acuario Esteban Antón Leonis, me contó algo que me pareció fascinante: muchos de los ejemplares han sido donados por los propios marineros de Santa Pola. Pescadores que los entregan al acuario para su cuidado. Esta colaboración espontánea refleja la unión entre la tradición pesquera y la conservación marina. El mismo personal del acuario recogía en las playas de la mata algunos de los especímenes. Alguna tortuga también ha sido rescatada, cuidada y tras su curación en las salas del mismo ha sido devuelta al mar. De hecho, el acuario de Santa Pola fue pionero en la recuperación de la tortuga boba (careta/careta) antes incluso de que la orden de Europa sobre su protección estuviera aplicada en España.
El espacio que actualmente ocupa el acuario fue concebido inicialmente para albergar los archivos municipales. No obstante, las condiciones de humedad detectadas en la zona obligaron a desestimar dicho uso. En ese contexto, se planteó la posibilidad de trasladar el acuario, hasta entonces ubicado en el castillo, a la nueva localización.
Cabe señalar que en la sede anterior ya se habían constatado diversos problemas de conservación, principalmente asociados a filtraciones de agua, que llegaron a provocar la rotura de un cristal en un tanque de 5.000 litros, con el consiguiente vertido y los daños ocasionados.
La coincidencia de ambas circunstancias —las filtraciones que afectaban al acuario en el castillo y la inviabilidad de instalar los archivos municipales en el nuevo espacio— motivó la propuesta de traslado. La iniciativa, formulada por nuestro interlocutor, fue debidamente estudiada y finalmente aprobada, dando lugar a la instalación del acuario en su actual emplazamiento.
El responsable, ahora jubilado, me explicó la complejidad del sistema que permite mantener con vida a este ecosistema marino en miniatura. En sus orígenes, el procedimiento era mucho más rudimentario: el agua debía transportarse desde los malecones hasta el acuario mediante cubas y moto bombas en ocasiones hasta tres veces por semana. En la actualidad, el proceso se ha perfeccionado gracias a un sistema de captación directa del agua de mar, la cual atraviesa filtros mecánicos y biológicos, se somete posteriormente a un tratamiento de ozonización y finalmente recircula. Todo este entramado tecnológico tiene un único propósito: garantizar que los animales vivan en condiciones lo más semejantes posible a su hábitat natural.

Un lugar que renació con más fuerza
En 2023, tras unas obras de acondicionamiento y modernización, el acuario reabrió sus puertas y la acogida fue y está siendo espectacular: llegaron a pasar más de 1.000 personas al día. Recuerdo aquella reapertura con ilusión, porque supuso no solo la recuperación de un espacio querido, sino también una apuesta por el futuro. Incluso el veterano mero «Batiste«, con más de 30 años en sus aguas, se convirtió en uno de los protagonistas de la noticia.
Además, desde el Ayuntamiento se ha mantenido la entrada gratuita hasta diciembre de 2025, lo que lo convierte en un plan ideal para familias, colegios y turistas. Personalmente creo que es un acierto: la cultura y la educación ambiental deben estar al alcance de todos.
Lo que significa para mí
Visitar el Acuario Municipal de Santa Pola es, en el fondo, volver a sentir esa paz como si estuvieras en el mar, pero sin mojarte. Es sentir que el Mediterráneo no es solo un paisaje que contemplo desde la orilla, sino un ecosistema vivo que merece respeto y cuidado. Me emociona ver la cara de los niños pegados al cristal, maravillados ante un pulpo que se desliza entre las rocas, porque en esos ojos asombrados está la semilla de una conciencia ambiental más fuerte que cualquier discurso, ese recuerdo forjará seguramente a los futuros biólogos y acompañará a cada uno en el respeto a nuestro medio ambiente. El acuario no es un edificio más en la plaza, ni una simple atracción turística. Es un recordatorio de lo que somos: un pueblo que vive del mar, que aprende de él y que tiene la responsabilidad de protegerlo. Y cada vez que salgo por su puerta, con el rumor del agua todavía en la cabeza, siento que algo de ese compromiso me acompaña también a mí.
Fuentes consultadas
santapola.com – Sección Turismo/Acuario: historia, diseño y zonas ( santapola.com – Sección Turismo/Acuario: historia, diseño y zonas )
María José Cerdá actual directora del Museo del Mar
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